martes, 6 de septiembre de 2016

Ítaca.



Y cuando por fin has llegado a Ítaca, te das cuenta de que todo lo pasado ha sido solo el principio de la aventura. Adviertes que las sirenas de falsos cantos y los monstruos te estaban preparando. Que el loto que te hizo olvidar tenía fecha de caducidad y que, hasta la más brava de las olas que te mandó Poseidón no te hundían. Te hacían fuerte. Impermeable. 

Y llegas a eso que llaman vida como la buena novata vital que eres y aprendes. Y aprehendes. Y te das cuenta de que no es que no encajases en el mundo, es que estabas en el puzle equivocado. Como si tu rinconcito de este balón chato te estuviese esperando con una manta y un abrazo de árbol para hacerte saber que lo has conseguido; que has llegado a Ítaca. Como si tuviera que tener una velita preparada para que cuando llegues te ilumine el camino hacia todas esas aventuras que están por descubrir. 

Y a Ítaca llegan otros barcos. Otros náufragos vitales que, empapados, te saludan y reciben con una sonrisa. Esas otras piezas de tu puzle que tampoco encajaban. Las hay amarillas, verdes, rojas y azules; grandes y pequeñas; redondas, cuadradas, trianguares,… Entonces Zeus hace que la chispa aparezca y que todas esas piezas que no encajaban, que tenían frío y que se ahogaban en el mar de piezas corrientes, se unan. Y encajan. Encajan mucho. Muy bien. Y no se pueden separar, porque han llegado a Ítaca.

Angy Miró M.

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