martes, 23 de agosto de 2016

Fotografías verbales I. ESA mirada.



Aún lo recuerdo. Aún recuerdo la primera mirada que cruzamos. Recuerdo que era de noche y la fiesta estaba en su punto más álgido. Yo volvía de rellenar el vaso y él… supongo que iría a lo mismo. Solo una mirada. Una mirada bastó para que él quedara clavado en mi memoria para lo que parece que será mucho, mucho tiempo.

Siempre me han enamorado las miradas profundas y los ojos claros pero esta… esta iba más allá. Nuestra vista apenas se cruzó unos segundos, pero en ese breve instante pude ver mucho más allá de ese par de ojos negros. Pude ver una fiera atada, enjaulada esperando a ser librada. Alguien que se opone absolutamente a todo. Alguien salvaje. Sus largos cabellos negros enmarcaban esa mirada que, como un torrente, te invadía. Las cejas, con el ceño fruncido, daban aún más carácter a esa mirada.
El rictus serio y la piel de un tono bastante más claro que el mío iban acorde con la vestimenta. Una gabardina negra encima de una camiseta del mismo color y unos vaqueros muy oscuros. Salvaje. 

Su apariencia al más puro estilo gótico contrastaba con la de su amigo. Él era un punky de los de manual. La cabeza rapada entera a excepción de una franja central, que llevaba peinada en forma de cresta de color verde. Una camiseta sin mangas y deshilachada con el dibujo de un grupo de ska complementaba sus pantalones ceñidos negros. Ambos estaban bien torneados, aunque el propietario de la mirada que me cautivó no mostrara los brazos. Lo sabía. Lo intuía. Una mirada así te dice mucho más. No. No pegaban para nada. Supongo que por eso serían amigos y por eso atraían tantas miradas.

Deseé tener una cámara, para poder inmortalizar la fiereza de esa mirada que se colaba a través de sus pestañas y que te arrollaba casi hasta la locura. Pero no tenía ninguna, así que me aseguré de recordar cada detalle. Cada destello de luz entre tanta oscuridad. Cada escalofrío que producía ese par de ojos. Y, en cuanto tuve la ocasión, lo retraté como mejor sé hacer: con palabras. 

Y es que no os imagináis lo magnético que resultaba. Nunca me habían llamado mucho la atención los ojos negros, creo que no les prestaba demasiada atención a no ser que su mirada me llamara, pero estos… Estos superaban a cualquier iris azul o verde que hubiera visto hasta entonces. Era casi una mirada sobrehumana, de las que ven tu alma y la violan, entregándosela al mismísimo rey de los infiernos. Una mirada propia de un dios clásico puesta en el cuerpo de un joven gótico con aires torturados y con el magnetismo suficiente como para que la mirada no fuera lo único que se clavaba en tu memoria. 
 
Pero, y esto es lo más llamativo, es en lo que he querido centrar esta fotografía verbal. En lo magnético. En lo atractivo. En lo profundo. En el recuerdo de ese par de puertas oscuras. En las ventanas de su alma salvaje.

Angy Miró M.


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